Después de siglos y cientos de condenas por brujería, se creería que para el siglo XX, ser detenido por ser brujo o simular serlo sería una extravagancia. No obstante, para el año de 1944 en pleno conflicto de la Segunda Guerra Mundial hubo una mujer acusada de ser una bruja o por lo menos de montar unas estafas tan chapuzas que si fueran vistas ahora serían la comedia del momento.
Esa dama en cuestión fue Helen Duncan, nacida en Escocia. Se decía en el pueblo en el que se crío que poseía grandes facultades: incluso su madre creía en su pequeña hija y sus habilidades para comunicarse con el más allá. Ya en su vida como adulta y casada con 6 hijos, comenzó a conocer las penurias de la guerra y la pobreza. Tenía 6 hijos que mantener y el salario de ella y su esposo no alcanzaba a cubrir las deudas que acarreaban.
Así que decidió junto con su marido recurrir al ‘’talento’’ que poseía, contactarse con las almas de los fallecidos, comunicarse con ellos y ofrecerles a los interesados la tranquilidad de poder hablar nuevamente con quienes lo dejaron. Las reuniones que hacía para hacer contacto con los fantasmas fueron un montaje que ofendería al que observara: las materializaciones de los entes eran simples rollos de papel higiénico, organza, maniquíes que evidenciaban lo burdo de su acto.
El hundimiento secreto y la ley contra las brujas.
Para 1941, Duncan celebraba una sesión espiritista, la rutina de todos los días: papel higiénico que simulaba ser ectoplasma, telas colgadas que serían los fantasmas, luces parpadeantes para dar un ambiente lúgubre era todo lo necesario para dar rienda al show. Sin embargo, para ese día del mes de noviembre, algo sucedió y fue que en plena sesión Helen mencionó que entre ellos se encontraba el espíritu de un marinero que le había dicho que su embarcación había perecido, el HMS Barham.
Adiós a las hogueras y horcas.
Ya terminada la Segunda Guerra Mundial y con cientos de personas regresando a sus hogares, quitándose el yugo del encuentro bélico de potencias, era hora de que el mundo tomará atención a otros asuntos. En especial el gobierno legislativo de Gran Bretaña, que todavía tenía entre rejas a la señora Duncan.
Durante su juicio se trató el tema de cómo se pudo haber infiltrado la información sobre el hundimiento. Se concluyó que pudo ser casual, es decir las familias fueron notificadas y aunque se les pidió confidencialidad acerca de lo sucedido, a cualquiera se le pudo haber ido la mano al contar algo. Por su parte se rumoraba, que un secretario de los altos mandos, creyendo que no había necesidad de ocultar nada sobre lo ocurrido con la embarcación, reveló los datos acerca del HMS.
También se tuvo en cuenta que las supuestas sesiones espiritistas parecían más bien una chanza para divertir al público y que la médium nunca tuvo intención de hacer daño a nadie. Por último, el mismo Ministro Winston Churchill tuvo que meter la mano, al calificar de obsoleto que se siguiera juzgando a alguien basado en una ley que tenía más de 200 años: “un desperdició de los recursos judiciales” fue como llamó al juicio contra Duncan.
Finalmente, la protagonista de todo este asunto le dijo adiós al mundo el 6 de diciembre de 1956 a la edad de 59 años, su muerte se podría considerar apacible en comparación de otros “espiritistas”, pues fueron la obesidad y problemas del corazón lo que dio fin a su vida.
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