lunes, 28 de octubre de 2013

Jim Jones y su macabra Secta del Templo del Pueblo.




James Warren Jones, más conocido como Jim Jones, fue un estadounidense que fundó la secta Templo del Pueblo en el año 1953, fusionando creencias del cristianismo con doctrinas del comunismo, e instando a sus seguidores a crear una comunidad autoexcluida del resto de la sociedad.

Mirando un poco hacia átras, Jones a los veintidós años, sin financiamiento y sin haber sido ordenado sacerdote, Jim Jones fundó la Community National Church en un distrito suburbial de Indianápolis. Mantenía su iglesia mediante la importación y venta de monos a veintinueve dólares la pieza.

Jones y los monos que vendía para sostener su iglesia

Jim Jones se consideraba a sí mismo un socialista, aunque su filosofía política le debía más a Robin Hood que a Karl Marx. Cuanto más pobres y desatendidos eran sus seguidores, más se esforzaba por ellos. Uno de sus primeros feligreses declararía: “Tenía muchos seguidores. Esa clase de tipos con los que la gente normal no quiere tener nada que ver. Señoronas viejas y feas sin familia ni amigos. Se paseaba entre ellas, mimándolas y besándolas como si de verdad las quisiera. Y en la expresión de sus caras se podía ver lo que él significaba para ellas”.


Tuvo éxito. Consiguió fundar una de las primeras congregaciones multirraciales de Estados Unidos. Y esto atrajo las miradas y la atención de grupos radicales. Los segregacionistas le apodaron “El amante de los negros” y tiraban gatos muertos en el interior de su iglesia. Las ventanas de su casa cayeron hechas pedazos bajo el impacto de las piedras y en su patio explotaron bombas caseras. Pero cuanto mayores dificultades encontraba, más se empeñaba en seguir adelante. Adoptó a ocho niños coreanos y negros. Su postura antirracista le valió pasar a formar parte de la recién creada Comisión Municipal contra el Racismo, y en 1961 despachaba directamente con el alcalde. Incluso obtuvo el premio “Martin Luther King”.

Hacia 1957 había conseguido reunir cincuenta mil dólares, que empleó en reformar con todo lujo una antigua sinagoga, situada en la calle North Delaware de Indianápolis, y acto seguido se instalo allí. Fue la primera Iglesia Evangélica Integral del Templo del Pueblo.


Jones incluso se llevó entonces a su familia a trabajar durante dos años como misioneros en el Brasil. Precisamente allí fue donde conoció a marxistas de ala dura y añadió un nuevo aporte de filosofía comunista a su evangelio de “cambio social a través del amor cristiano”. De regreso en Estados Unidos hizo alto en la Guyana Británica, que no tardaría en convertirse en el Estado independiente de Guyana. El mundo había cambiado para él.

Jim Jones durante uno de sus discursos

Letrero del Templo del Pueblo.

Finalmente de vuelta a EEUU, el Templo de Pueblo enraizó en en San Francisco. Jones abrió comedores de caridad y centros de asistencia diurnos. Pronto se apropió de un poder que podía tener utilizar políticamente. Los miles de miembros de su congregación eran una buena baza en las elecciones. Jim ofreció la posibilidad de dirigir: a su rebaño a todo aquel que ocupaba un cargo público, desde el gobernador del Estado de California hasta el Fiscal del Distrito, con lo que el poder no tardó en estarle muy agradecido al reverendo. Otro que lo conoció fue George Moscone, alcalde de San Francisco, con quien se encontró en varias ocasiones.



El reverendo empleaba el sexo para ejercer su poder y debilitar la relación entre los esposos, con lo que conseguía atarlos más firmemente al Templo del Pueblo. Sus fieles jovencitas consideraban que era un verdadero honor satisfacer sus caprichos sexuales. Una de las secretarias de Jones incluso llevaba un diario especial de citas. Él mismo alardeaba con orgullo de este poder y decía poseer una potencia, una energía y un aguante sobrehumanos. En una ocasión llegó a visitar al psiquiatra para consultarle algún remedio para controlar su libido.


Las relaciones sexuales no estaban permitidas con “extraños”. Todo contacto carnal entre los miembros de la congregación necesitaba el visto bueno previo del reverendo. El líder tuvo al menos tres hijos con diferentes feligresas. El sexo era uno de los temas recurrentes durante las discusiones de la Comisión de Planificación del Templo, un organismo especial compuesto por unos cien miembros, todos ellos blancos de clase media y de mayor nivel cultural. Las reuniones se prolongaban con frecuencia hasta bien entrada la noche, y las relaciones comunitarias se iban volviendo libres, pero al mismo tiempo Jim Jones se iba tornando más paranoico.


En 1976 empezó a llevar a la práctica sus ideas suicidas. El día de Año Nuevo obligó a la congregación a beber un vaso de “veneno”. En una tremenda prédica insultó a los traidores que habían osado abandonar el Templo y convenció a los presentes de que sólo había una manera de demostrar su devoción por él: bebiendo el veneno. Muchos fieles tuvieron un repentino ataque de histeria; uno de ellos intentó escapar, pero fue capturado y se simuló un fusilamiento. Entonces, los demás asistentes se tragaron mansamente el líquido mortal. Al cabo de cuarenta y cinco minutos Jones les explicó que el bebedizo era inocuo, y la comunidad en pleno le dio las gracias por la prueba a la que la había sometido. Fue el primero de los ensayos de suicidio masivo que el reverendo llamó “Noches Blancas”. En todas las ocasiones convenció a los congregados de que estaban bebiendo verdadero veneno, por lo que nadie podía estar seguro de que no era así. Poco a poco se fueron acostumbrando a la idea de despojarse de sus vidas para honrar a "Papá”. Un padre espiritual que ahora declaraba venir de “otro planeta, igual que Supermán”.


En 1977, el Día de Conmemoración de los Caídos, el reverendo fue invitado a pronunciar un discurso en torno al suicidio en San Francisco. El propósito que había movido a los organizadores era construir un muro antisuicidas a lo largo del puente Golden Gate, uno de los lugares favoritos para tirarse al vacío. El discurso de Jones comenzó con una tajante desaprobación del suicidio, pero de pronto giró en redondo y para sorpresa de los asistentes,empezó a respaldar sin tapujos la idea del suicidio. El reverendo había mencionado por primera vez en 1973 la idea del “suicidio revolucionario” a Grace Stoen. En aquel momento sus seguidores eran los únicos con derecho a morir, pero él seguiría vivo para explicar las razones del suicidio masivo.

Ante todos estos escandalos judiciales, sufrió una persecución por sus peculiares prácticas y sus ideas "suicidas" En 1974, Jones pagó un millón de dólares por el arrendamiento de diez mil hectáreas de jungla tropical en Guyana y por aquellos años era una avanzadilla agrícola experimental del Templo, pero en 1977 se desembarcaron grandes cantidades de material de construcción en el cercano puerto fluvial de Kaituma. Unos trescientos ochenta miembros del Templo solicitaron visados y viajaron a Guyana.



Al año siguiente, otros setecientos colonos se trasladaron a la utopía de Jones, un sitio al cual su egolatría llevó a bautizar con su apellido: Jonestown. El precio de entrada era donar todas las posesiones al Templo del Pueblo. Algunos de los miembros se habían hecho cargo de niños abandonados en Estados Unidos y con todos ellos, no menos de ciento cincuenta menores de edad viajaron a Guyana para comenzar una nueva vida.

Unos cuantos adultos se emborracharon en las tabernas de Georgetown antes de llegar a la colonia. El grupo embarcó para subir el río y una adolescente, con una borrachera monumental de ron, tuvo una aventurilla amorosa con uno de los marineros. Jones se enfureció y una vez llegados a la colonia, castigó a ambos: tras desnudarlos y exhibirlos ante la feligresía en la cancha de basquetball de Jonestown, ordenó que un enorme negro violara y sodomizara a la chica delante de todos; luego le indicó que hiciera lo mismo con el chico.

La cancha de los castigos

El reverendo impuso una disciplina de hierro. Las relaciones amorosas eventuales fueron prohibidas. El Comité de Relaciones decretó tres meses de estricto celibato para toda pareja que tuviera intenciones serias de formar un hogar estable. Por supuesto, Jones estaba exento de estas medidas. Se instaló en una choza junto a dos de sus amantes y en una casucha cercana vivía su mujer. Una muchacha joven que se resistió a sus insinuaciones amorosas fue internada en el hospital de Jonestown, drogada, y transportada noche tras noche a la choza de Jones. Los que gozaban del favor del reverendo conseguían ciertos privilegios. Por ejemplo, el médico que apuntaló la teoría de Jones de que el sexo no revolucionario causaba cáncer, disfrutó subsiguientemente de las atenciones amorosas de una serie de hermosas jovencitas.

La cabaña de Jim Jones en Jonestown

Las palizas estaban a la orden del día para castigar las infracciones menores, y la dureza se redoblaba si algún hombre se atrevía a hacer la más mínima insinuación a una mujer que le gustara al reverendo. A los adultos se les azotaba o se les obligaba a pelear entre sí hasta “el triunfo de la justicia”. Otras veces se les apaleaba para someter su comportamiento rebelde.

La entrada a Jonestown

"A los niños se les castigaba por nimiedades. Se les llevaba ante un micrófono a las dos de la mañana para recibir una paliza, hasta setenta y cinco golpes, y sus gritos se podían oír en todo el campamento gracias al sistema de altavoces. Otros castigos se les aplicaba en la construcción que albergaba la escuela".

La escuela de Jonestown.

Pero tampoco en Guyana los seguidores de Jones lograron la ansiada libertad. Varios miembros de la secta habían decidido separarse del grupo, regresar a Estados Unidos e informar a la prensa sobre las extrañas costumbres que reinaban en la supuesta utopía de Jonestown. Jones los llamaba traidores. Sostenían que el reverendo era bisexual y mantenía a su congregación bajo un severo yugo carnal, obligándoles a realizar un trabajo físico agotador en condiciones espantosas; eran, virtualmente, esclavos que sembraban los campos. Las reglas de Jones se respetaban rigurosamente por temor a las represalias. A los infractores se les humillaba públicamente para que acatasen la disciplina impuesta. La organización se había apropiado de los pasaportes y los bienes de los miembros, de manera que era prácticamente imposible escapar de la ciudad de la selva.


Torre de vigilancia en Jonestown

Se creó un grupo de apoyo, el Comité de Familiares Afectados, para dar a conocer a la opinión pública la verdad sobre el Templo del Pueblo. Uno de esos familiares, Sam Houston, un periodista de la Associated Press, acusaba a la secta del asesinato de su hijo. El muchacho había abandonado el Templo tras una violenta discusión con Jones. Al día siguiente, el desertor murió en un espantoso accidente de tren cerca de la costa de San Francisco. Sam Houston solía salir de copas con un influyente amigo, el congresista Leo Ryan.

El congresista Leo Ryan

El 24 de octubre de 1978, el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, basado en las denuncias de docenas de personas contra el Templo del Pueblo, dio a Leo Ryan luz verde para que se trasladase a Guyana. Cuando se enteró, Jones se sintió perseguido. Poco antes, había enviado varias cartas a la Unión Soviética, solicitando que se les diera asilo político, pero aún no había obtenido respuesta. También trasladó todos sus fondos disponibles a cuentas bancarias en Suiza.

Leo Ryan Tras convocar a una comitiva, abordó un avión que lo llevó a Sudamérica. Se presentó en Guyana con cuatro miembros del Comité de Familiares Afectados, periodistas, fotógrafos de varios periódicos de San Francisco y del Washington Post, y un equipo de televisión de la NBC. Si Jim Jones no le autorizaba a entrar, Ryan amenazaba con filmar el rechazo de Jones y mostrarlo por la cadena NBC. Todo Estados Unidos lo vería por televisión y acto seguido propondría al Congreso iniciar una investigación en toda regla.

El congresista Leo Ryan durante su vuelo hacia Guyana

Ryan quería investigar también si eran ciertas las noticias sobre abusos sexuales de mujeres de la secta por parte de Jones, golpizas a los descontentos, explotación laboral, esclavitud y torturas a niños.

Jones (que ocultaba su cara tras unas gafas oscuras ante sus seguidores) intentó impedir la visita, pero al fracaso se vio en la obligación de organizar una gran fiesta en donde inicialmente el ambiente parecía de armonía. "Aquí hay gente que cree que esto [en la colonia], es lo mejor que jamás le haya pasado en la vida", afirmó Ryan.

Jim Jones y sus abogados la víspera de la llegada de Ryan

Los miembros de la secta lo recibieron con aplausos frenéticos el 17 de noviembre de 1978. Sin embargo, a la mañana siguiente, antes de que Ryan regresara, el ambiente cambió.

El recibimiento de la comitiva

El interior de la escuela de Jonestown durante la visita de Leo Ryan

"Algunos pocos seguidores pidieron abandonar la comunidad junto con Ryan. Jones, lo consideró una traición imperdonable. "No pueden irse, ustedes son mi pueblo", les gritó Jones con desesperación a los que querían irse. Al notar que los descontentos se retiraban hacia la pista de aterrizaje para seguir a Ryan, los hombres de confianza de Jones abrieron fuego contra Ryan y sus acompañantes cuando se disponían a abordar un pequeño avión. El político había sido atacado por un miembro de la secta con un cuchillo, y otras cinco personas fueron asesinados a balazos, algunos de ellos a quemarropa. Los seguidores descontentos fueron forzados a volver a Jonestown en la mañana del 18 de noviembre".

La avioneta y los cadáveres de Leo Ryan y su comitiva



El interior de Jonestown

Un camarógrafo de la NBC grabó todo el ataque, incluido el asesinato de Ryan y su propia muerte: asombrosamente, la grabación perduró y sería transmitida en Estados Unidos. Los sicarios se acercaron y remataron a las víctimas de varios tiros en la nuca. Únicamente tres periodistas se libraron sólo con heridas. El tractor y el remolque abandonaron la pista.

Las víctimas

Era el 8 de noviembre de 1978. El reverendo Jim Jones observó a su congregación desde su humilde trono tallado en madera. La escena tenía lugar en el recóndito paraje de la selva de Guyana. Unos mil feligreses lo rodeaban, expectantes. Tenía que comunicarles una mala noticia: la mayoría estaban a punto de morir. Primero esperaron la llegada de los asesinos. Ante todos los congregados, explicó que Larry Layton, había disparado al piloto del primer avión en la cabeza y el aparato se había estrellado en la jungla. Efectivamente, ése era el plan urdido en primera instancia por el reverendo. A los veinte secuaces los había mandado “por si algo salía mal”.Jones afirmó que la CIA forzaría al gobierno izquierdista de Georgetown a que enviara tropas de las Fuerzas de Defensa de Guyana para vengar la afrenta. Esos soldados eran negros, eran sus hermanos y no podían pelear contra ellos. Sólo quedaba la salida que durante tanto tiempo habían estado ensayando: suicidarse en masa.

La cabaña abandonada de Jim Jones

Uno de los miembros del Templo preguntó si era demasiado tarde para escapar a la Unión Soviética. “Los rusos no nos acogerán ahora”, contestó Jones. No obstante, había enviado a dos de sus ayudantes a la embajada soviética en Georgetown con un maletín que contenía medio millón de dólares para intentar comprar su huida. Pero el intento fracasó. Así que el equipo médico de Jonestown, ayudados por Patty Cartmell, preparó dos bidones de 150 litros con una mezcla de Kool Aid sabor uva, cianuro y valium.

El Veneno.

Los feligreses estaban dispuestos al sacrificio. El reverendo les aseguró que se “volverían a ver en otro lugar mejor”. Se formó una fila en perfecto orden. Las madres administraron la pócima a sus hijos. A los bebés se les suministró con la ayuda de una jeringuilla, inyectándoles un chorrito en la boca.


Los hijos de Jones se tragaron el veneno dando muestras de alegría. A aquellos que se resistían, se les obligaba a beber la letal combinación.


Los Cadáveres 

La congregación estaba convencida de que el veneno les produciría una muerte sin sufrimiento. Pero algunas criaturas empezaron a tener fuertes convulsiones, y el pánico se adueñó de los fieles. Jim Jones, con mano experta, consiguió calmar los ánimos. “No lloran de dolor. Sólo es un poco de sabor amargo”, explicó.




Uno de los primeros muertos fue John-John, el hijo de Jim Jones y Grace Stoen. Acto seguido, los adultos tomaron sus raciones en vasitos de papel. Se dirigieron a las praderas de la colonia, se tumbaron y murieron.




“¡Mueran con dignidad!”, les gritaba Jones. Muchos no llegaron y cayeron dentro de las calles de Jonestown; otros fallecieron ante el trono de madera del reverendo, el cual siempre ostentó encima un letrero que espetaba en inglés la sentencia del filósofo George Santayana: “Los que no llegan a conocer el pasado, están condenados a repetirlo”.

El trono de Jim Jones rodeado de cadáveres

Entonces les tocó el turno a los guardias armados: primero se encargaron de asesinar a todos los animales. Una verdadera matanza de perros se celebró. Sólo un perro que se escondió en una casa sobrevivió. También mataron a un gorila, que era la mascota de Jim Jones. Después, los guardias también se tragaron el veneno, cumpliendo con su deber.

Cuando todo el mundo hubo muerto, Jones cogió una pistola y se pegó un tiro en la cabeza. Instantes después, Annie Moore, una de las enfermeras de la colonia, se mató con la misma pistola.

El cadáver del reverendo Jim Jones

El hombre que con tanto éxito habla sabido aprovecharse de los medios de comunicación durante toda su vida, dejó una curiosa posdata como recuerdo de su muerte: mientras los miembros de su rebaño iban entregándose a la muerte, una cinta magnetofónica oculta grababa minuto a minuto el fatal desenlace. Fue el último golpe de efecto del reverendo Jones. Esa cinta sería comercializada años después en forma de un disco compacto de gran éxito.





Al mismo tiempo, en Georgetown otras personas cumplían también con el macabro ritual. Uno de ellos, Charles Baikman, degolló a su esposa y a sus dos pequeños hijos, dejándolos que se desangraran en la sala de su casa, pero se acobardó y decidió no suicidarse. Sería arrestado y deportado a Estados Unidos, donde se reencontraría con otro de sus hijos y purgaría una sentencia en la cárcel por el triple asesinato.

Novecientas veintitrés personas murieron en Jonestown en esa jornada; a esa cifra se le sumaban las muertes de Leo Ryan, los periodistas y los desertores. A pesar de ese macabro testimonio, el mundo exterior no conseguía explicarse cómo un solo hombre fue capaz de persuadir a casi un millar de personas para que se suicidaran sin oponer casi resistencia.

Tim y Mike Carter, quienes ejecutaron a Ryan y sus acompañantes, huyeron de Jonestown con medio millón de dólares en efectivo y varias armas, pero fueron capturados días después.


Los titulares sobre la tragedia

Tras los suicidios, el ejército de Guyana, apoyado por marines estadounidenses, intervino en Jonestown. Recogieron cadáveres, los colocaron en bolsas negras de polietileno y luego en cajas de metal.

La recolección de cadáveres

El cadáver de Jim Jones también ocupó una caja, en la cual se garabateó su nombre y un número.


Los ataúdes de Jim Jones y sus seguidores


Los cuerpos de Ryan y sus acompañantes regresaron a Estados Unidos en ataúdes cubiertos con la bandera estadounidense.

Muchas de las víctimas fueron enterradas en el cementerio de Jonestown, un lugar triste y lúgubre que terminó abandonado.

Cementerio de Jonestown

En Estados Unidos también se conmemoró la tragedia. Allí se construyó un Memorial con los nombres de los muertos.

El Memorial de Jonestown

Con el tiempo, surgieron muchas hipótesis, que necesariamente implicaban conjuras de la CIA y el gobierno de los Estados Unidos contra Jones y su gente. Jim Jones fue el primero y el peor de los líderes asesinos de sectas, ostentando además el récord de muertos por su propia mano. Pero el mayor legado de Jones fue abrir el camino para que otros dirigentes con ínfulas mesiánicas, como David Koresh con los Davidianos y Marshall Applewhite con la secta Puerta del Cielo, guiaran a sus fieles a la muerte absurda en nombre de su supuesta divinidad.




Filmografía:



Bibliografía:




Fuentes:

1 comentario :

  1. Jim Jones reune todas las condiciones de un psicópata y un líder muy inteligente que se valió de sus obras de caridad para sobresalir como una persona positiva pero solo fué una mascarada para sus mas bajos instintos.
    Recuerdo haber visto la película en los años 80, un film que retrató muy bien toda la crudeza de la matanza de Jonestown.
    Por todos los relatos y la información proporcionada este sitio prácticamente era un campo de concentración... Malos tratos, la prohibición de relacionarse en pareja entre los componentes de la secta, el abuso y el poder sexual de Jim Jones, etc.

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