Durante el gobierno de Truman, entre 1945 y 1949, la Secretaría de Salud Pública norteamericana experimentó la eficacia de la penicilina en Guatemala. Para ello, infectó deliberadamente con sífilis, gonorrea y otras enfermedades de transmisión sexual a más de dos mil personas sin su consentimiento y con la complacencia de, al menos, una decena de doctores guatemaltecos encargados de hacer el seguimiento. El contagio de la población se sirvió de prostitutas o de inyecciones directas sobre el pene, brazos, cara de presos, soldados y enfermos mentales ingresados en psiquiátricos.
También, varios niños huérfanos fueron objeto de esta experimentación clandestina. Entre los objetivos del estudio estaba analizar la evolución de dichas enfermedades de principio a fin, con todos sus efectos y consecuencias. Así que, a los pacientes, no se les administraba ningún tipo de tratamiento que paliara su malestar. Lo más dramático de este desvarío es que hemos tenido conocimiento de él 60 años después y por pura casualidad. Una historiadora norteamericana de la Medicina se hizo con los papeles personales de un difunto doctor que participó en el ensayo clínico y, de este modo, pudo destapar el horror.
"Durante el apartheid, las autoridades sudafricanas trabajaron en el Proyecto Coast, para hallar un agente bacteriano que pudiera usarse contra la población negra."
Pero la respuesta a estas incógnitas, a menudo, es mucho más compleja de lo que predican las leonas de la conspiración que pueblan internet. Sin duda, en nuestro planeta se fabrican y utilizan con fines perversos determinadas enfermedades mortales para el hombre. Pero el tablero de juego en el que esto ocurre resulta más enmarañado que el simple combate entre buenos y malos. Conviene ir caso por caso.
LA CLAVE DE MUCHOS ENIGMAS
El ébola era un problema propio de los murciélagos africanos de la fruta donde el virus tenía a su huésped natural y, por eso, las áreas infectadas coinciden con el ecosistema de este quiróptero. Por su parte, el virus del SIDA es un descendiente del agente viral SIV -Virus de Inmunodeficiencia del Simio- que afectaba a los monos en algunas regiones de África. Igualmente, el reservorio natural de los virus de la gripe aviar son las aves acuáticas migratorias. En especial, los patos salvajes. Siendo estas aves las más resistentes a la infección.
Mientras que las aves de corral domésticas son las más vulnerables a la enfermedad. Finalmente, el caso de esa variedad letal del resfriado común o SARS -síndrome respiratorio agudo severo- es más difícil de precisar, aunque las principales pistas ubican su causa en pequeños mamíferos de China. Por no hablar de la peste bubónica medieval, que tuvo en las ratas y las pulgas el origen de esta nefasta epidemia. Por lo tanto, no siempre debemos sospechar de la maldad humana. La naturaleza lleva milenios demostrando que es capaz de fabricar enfermedades mortales para el hombre, incluso, mucho antes de que existieran nuestros modernos laboratorios.
ENFERMEDADES RACISTAS
Ya en 1998, el semanario británico The Sunday Times informó de que Israel había fabricado un patógeno capaz de actuar sobre aquellos individuos portadores de un determinado ADN. Obviamente, los científicos israelíes habrían puesto en su punto de mira a los árabes. Si bien, de esta noticia nunca más se supo. A pesar de que los autores prometieron una segunda entrega, jamás se publicó. Por su parte, diferentes genetistas de primera fila calificaron esta posibilidad como absolutamente fantasiosa.
Muchos más visos de realidad encontramos en un caso ocurrido durante los años más duros del régimen racista de Sudáfrica. Su gobierno, exclusivamente de raza blanca, impulsó un programa secreto de armas biológicas y químicos debido a que, desde finales de los setenta, el aumento de la beligerancia, ni Angola y las tropas entenas o soviéticas allí instaladas, les hizo temer un ataque biológico. Así que trataron de prevenir la amenaza desarrollando algunas vacunas. Pero, muy pronto, dicho enfoque de la investigación cambió y de una actitud defensiva, se pasó a otra ofensiva.
En 1983 nació el Proyecto Cuttxt, dirigido por el doctor Wouter Basson y dedicado a la producción de armamento bioquímico para emplearlo contra cualquier enemigo de Sudáfrica, ya fuera interno o externo. Gracias a la mediación de una serie de empresas "fantasma")' la colaboración de universidades autóctonas, se empezaron a fabricar diversas toxinas letales.
No obstante, lo más desquiciado del asunto vino con la cantidad de recursos invertidos en el desarrollo de un agente químico racial. Se calcula que al menos un 18% de todos los estudios planificados por la principal corporación del Proyecto Coast, el Rodeplaat Research Laboratory, estaban consignados a inventar sustancias anticonceptivas que, administradas furtivamente a la población negra, redujeran su tasa de natalidad. Una obsesión para el gobierno racista que pretendía esterilizar a la mayoritaria comunidad de color sin que sus miembros se dieran cuenta y, por esta vía, debilitar también la disidencia dentro del apartheid.
Con el advenimiento del presidente Nelson Mándela, el Proyecto Coast salió a la luz y, en 1998, la Comisión para la Verdad y la Reconciliación puso sobre la mesa todos los detalles del mismo. Entre sus objetivos estaba la intención de diluir los anticonceptivos en el suministro del agua que llegaba a los barrios negros. Otros testimonios de científicos implicados afirmaron que buscaban un agente bacteriano capaz de matar selectivamente a la población negra.
De todos modos, una vez desmontado el tinglado, todavía algunos de sus antiguos miembros intentaron sacar provecho de los avances obtenidos. En 2003, el diario The Washington Post publicó cómo un científico sudafricano había tratado de vender al FBI un frasco con bacterias de la mortal gangrena gaseosa. Pedía 5 millones de dólares y el permiso de inmigración para toda su familia y varios socios. A cambio, ofrecía otras cepas adicionales de microorganismos genéticamente alterados y causantes de ántrax, peste, salmonella y botulismo junto con sus correspondientes antídotos. La transacción fue denunciada y las autoridades sudafricanas abrieron una investigación.
En verdad, fabricar enfermedades que únicamente infecten y se transmitan dentro de un grupo étnico resulta difícilmente realizable, aunque tampoco se puede descartar del todo. De hecho, algún gobierno ha tomado precauciones por si acaso. En 2007, el diario Kommersant publicó que Rusia acababa de prohibir la salida de sangre humana, pelo, ADN y médula ósea fuera del país. Las autoridades temían que estas muestras estuvieran siendo utilizadas para crear un "arma biológica de ingeniería genética" capaz de hacer estéril a la población rusa o eliminarla.
La decisión había sido adoptada por el viceprimer ministro Sergei Ivanov, tras cotejar ciertos informes que hablaban de un complot extranjero en el cual se sugería el nombre de la Escuela de Salud de la Universidad de Harvard o del departamento de Justicia de los EEUU como parle del mismo.
Sin embargo, hoy por hoy, esta clase de discriminación no resulta perfecta porque la genética entre las diferentes comunidades humanas es casi idéntica y los cruces biológicos han sido muy abundantes a lo largo de la historia. Además, existe el riesgo de que una vez implantado el patógeno letal, éste mute o se adapte a los antídotos y termine afectando a otros grupos hasta entonces inmunes.
No obstante, la rumorología continúa y, en su día, alcanzó incluso al SIDA, Y es que el VIH o virus de la inmunodeficiencia adquirida tenía toda la apariencia de una enfermedad ideológicamente fabricada. Parecía castigar, sobre todo, a un colectivo marginado -el homosexual- y se transmitía sexualmente, lo que situaba a la moral conservadora en el centro mismo de la diana. Sin embargo, los rumores sobre su origen recorrieron otra trayectoria.
Una revista soviética en 1985 sostuvo que la epidemia había empezado en Zaire después de que varios científicos de los EEUU hubieran llevado allí el virus en 1978. Esta acusación, sin mayor fundamento, enseguida se politizó y alcanzó foros internacionales. Dos doctores de la Alemania comunista, Jakob y Lilli Segal, avalaron la información y llegaron a correlacionar la aparición de la enfermedad con la apertura del laboratorio mili lar Fort Detrick en Maiyland. Pasado el tiempo, se pudo demostrar que toda esta maniobra propagandística respondía a una campaña de desinformación contra los EEUU, auspiciada por la KGB y denominada Infektion. En 1992, el primer ministro ruso Primakov admitió la operación y en el libro Stasi: The Untold Story of the East German Secret Police se expuso cómo colaboró la temida Stasi alemana en la difusión del bulo.
QUERER SABER MÁS
En el estudio de las enfermedades humanas se da una situación paradójica. Y es que la más noble e inocente de las curiosidades científicas nos puede colocar al borde del precipicio. Hace unos meses, la revista Proceedings of the National Academy of Sciences publicó el descubrimiento de un nuevo virus encontrado en el permafrost siberiano, denominado Pithovirus sibericum, presentaba unas dimensiones descomunales y una antigüedad de 30.OOO años. Su milagrosa supervivencia de este virus gigante no fue considerada nada excepcional.
En declaraciones a la prensa, uno de los autores del estudio, Jean-Michel Claverie, perteneciente al laboratorio Information Génomique et Structurale (IGS-CNRS) de Marsella, aseguraba que "ya no es dominio de la ciencia ficción" el hecho de que determinados virus y bacterias, considerados extinguidos hace milenios, permanezcan aletargados en el subsuelo helado de Siberia. Pero, ¿hasta qué punto es recomendable "resucitar" estos microorganismos prehistóricos? ¿Acaso nuestras ansias de saber no estarían "devolviendo a la vida" una fatal amenaza para el ser humano?
La comunidad científica prefiere mirar hacia la cara más amable del asunto y pensar que, de no hacerlo, quizás, nos estemos privando de importantes beneficios. Además, la única manera de estar preparados ante plagas y epidemias desconocidas es afrontándolas con tiempo suficiente como para generar los medios de combate. En biología se necesita tener la enfermedad dentro del tubo de ensayo, para poder obtener y comprobar la eficacia de un remedio. De ahí que muchos científicos intenten anticiparse en el laboratorio a las variaciones futuras de los virus más dañinos.
Pero, de nuevo, esta carrera a contrarreloj nos coloca en un escenario de riesgo. Por ejemplo, el pasado mes de enero se celebró una reunión secreta entre científicos convocada por Yoshihiro Kawaoka, virólogo de la Universidad de Wisconsin. Kawaoka había desarrollado una cepa de la gripe aviar –H1N1- inmune a la vacuna actual y cuya propagación indiscriminada podría matar, al menos, a 400 millones de personas. La actuación del virólogo estaba repleta de buenas intenciones porque pretendía mejorar el diseño de futuras vacunas ante la llegada de virus H1N1 cada vez más resistentes.
Para ello, Kawaoka le hizo el "trabajo sucio" a la naturaleza y mutó el virus anticipadamente hasta convertirlo en letal, acción que algunos colegas suyos de prestigio como lord Robert May de la Universidad de Oxford, calificaron de "una auténtica locura". La división de opiniones entre los expertos no se hizo esperar y a las voces discrepantes, se sumaron otras favorables a esta clase de experimentos. Lo cierto es que el curriculum de Kawaoka ya contaba con algunas tentativas anteriores igual de temerarias: ya reconstruyó el terrible virus de la "gripe española", cuya pandemia de 1918 causó entre 50 y 100 millones de víctimas.
Hasta entonces, la única vía de contagio reconocida iba de aves a humanos, con lo que el hallazgo implicaba la peligrosa superación de una barrera biológica a la que se debía poner impedimento. Los investigadores estaban dispuestos a aportar y distribuir toda la información detallada de su hallazgo para generar una vacuna lo antes posible. Sin embargo, la NSABB recomendó no publicar nada al respecto por temor a que el virus escapara de algún laboratorio si cayera en manos terroristas. Al final, se optó por establecer una moratoria.
La medida fue considerada cautelar, pero, obviamente, ¿cómo se puede fabricar un remedio si se les niegan a otros científicos los dalos necesarios para hallarlo? Una falla de transparencia que, para los detractores de esta censura, únicamente contribuía a retrasar la solución al problema.
No obstante, existen buenas razones para ser extremadamente prudentes. En un artículo publicado en 2012, Lynn Klotz, miembro del Centro para el Control y No Proliferación de Armas, declaró que VI instituciones estaban trabajando con tres enfermedades potencialmente mortales: la viruela, el virus del SARS y el H5N1.
El propio Klotz estimaba en un 80% la probabilidad de que una de estas enfermedades escapara de cualquiera de los laboratorios cada 13 años. Al margen de que estos cálculos sean o no realistas, hay algún precedente de fuga de virus que obliga a actuar con cautela. En el año 2004, una negligencia en un centro gubernamental de investigación de máxima seguridad de Pekín liberó un patógeno del síndrome respiratorio agudo severo o SARS. El brote mató a una persona e infectó a otras nueve antes de que pudiera eliminarse.
La lucha contra esta clase de patologías ofrece un panorama tan delicado que debemos desconfiar incluso de las enfermedades ya desaparecidas. Es el caso de la viruela, cuyo combate se vino librando con eficacia desde finales del siglo XVIII cuando el médico inglés Edward Jenner elaboró la primera vacuna.
Posteriormente, el perfeccionamiento de este remedio llevó a que en 1979 la Organización Mundial de la Salud declarara aniquilada la enfermedad. Entonces, EEUU y la URSS se encargaron de custodiar dos cepas vivas de viruela de cara a posibles necesidades sanitarias futuras. Pero, desde ese momento, ya se dejó de administrar la vacuna, así que, hoy día, vive muy poca gente protegida de la enfermedad. El tratamiento de los afectados pasaría por su ingreso en el hospital bajo condiciones de aislamiento y la administración de antibióticos que aliviaran las infecciones secundarias.
Pero destruir la viruela del cuerpo exige la vacunación durante los primeros días de exposición, después de lo cual, resulta muy difícil de superar. Cuando todavía se la consideraba activa, en enero de 1960, un ciudadano de Moscú contagiado de viruela infectó a 46 personas, tres de las cuales fallecieron. La reacción de las autoridades fue espectacular: 5.500 equipos sanitarios vacunaron a 6.372.376 personas en una semana y se colocaron bajo estrecha vigilancia a cuantas habrían estado en contacto con los enfermas.
Si un solo terrorista, de manera inadvertida, estuviera afectado de viruela, acabaría convertido en una verdadera bomba biológica de efectos devastadores.
Si un solo terrorista, de manera inadvertida, estuviera afectado de viruela, acabaría convertido en una verdadera bomba biológica de efectos devastadores.
Tanto es el miedo que esta posibilidad representa que, después de los atentados del 11-S Nueva York, el programa de defensa contra el bioterrorismo promovido por el presidente Bush incluyó la vacunación de la viruela de 500.000 soldados y unos 10 millones de sanitarios, bomberos y policías. Es decir, militares, trabajadores y funcionarios que pudieran estar en contacto directo con una amenaza real o cualquiera de las víctimas. Para el resto de la población, la decisión de vacunarse sería voluntaria. George Bush justificaba la medida conforme a determinados informes de los servicios de Inteligencia.
Pero lo más descorazonador del asunto es que, una vez invertidos 5.600 millones de dólares en lo que se denominó pomposamente Proyecto Escudo Biológico, la administración norteamericana tiene la sensación de que el país sigue siendo absolutamente vulnerable aún ataque biológico. Y lo que es más grave aún, existe el convencimiento de que el miedo a una agresión nuclear ha pasado a un segundo lugar frente a una epidemia de viruela o la difusión de cualquier otro patógeno letal.
Por el camino, hay quien hace negocio de la prevención. Y las elevadísimas cifras que se manejan en el sector, alimentan toda clase de suspicacias. Sólo en 2007, la compañía biotecnológica danesa Bavarian Nordic firmó un contrato de 500 millones de dólares con el Gobierno estadounidense para suministrarle una nueva generación de vacunas contra la viruela para proteger a la nación de un eventual atentado.
No deja de ser llamativo que una enfermedad oficialmente erradicada como la viruela sea capaz de atemorizar a toda una sociedad y provocar cuantiosos dispendios presupuestarios aun gobierno todopoderoso como el norteamericano.
Pero la segunda consecuencia de esta fiebre de pánico fue que la sociedad estadounidense redujo su inmunidad natural. El miedo al ántrax elevó notablemente el consumo incontrolado de antibióticos ente la población, lo que, a corto plazo, hizo que ciertos patógenos se adaptaran mejor a la acción de estos medicamentos y terminaran siendo irreductibles. De hecho, actualmente se estima que entre 14.000 y 20.000 fallecimientos anuales corresponden a muertes por infecciones resistentes a las más punteros tratamientos médicos.
No menos sorprendente fue la agitación económica que causó en 2003 y parte de 2004 la epidemia del desconocido SARS. Este síndrome respiratorio agudo severo provocó en Asia y Canadá alrededor de 900 víctimas. Una cifra, sin duda, elevada, pero muy similar a la proporcionada por algunas catástrofes naturales en la zona. Sólo los sísmos e inundaciones en China, desgraciadamente, acumulan cada ano un número de muertos parecido, si no mayor.
Igualmente, en el caso del ébola se teme que el impacto económico de la epidemia deje tantas víctimas o más que la propia enfermedad y pueda hundir en la depresión a los países afectados. El ministro de Agricultura de Sierra Leona, José Sam Sesay, manifestó a la BBC que "la economía se había desinflado en un 30% a causa del ébola". Por su parte, el Banco Mundial esperaba que el crecimiento del PIB en Guinea pasara del 4,5% previsto al 3,5%.
"La reacción descontrolada de la gente o de los mercados ante una mínima amenaza biológica, bastaría para provocar el caos en la mas estable de las sociedades"
EL NEGOCIO DEL ÉBOLA
No deja de ser llamativo que una enfermedad oficialmente erradicada como la viruela sea capaz de atemorizar a toda una sociedad y provocar cuantiosos dispendios presupuestarios aun gobierno todopoderoso como el norteamericano.
Este fenómeno indica que, en algunas ocasiones, la verdadera amia de destrucción masiva para un país podría ser, simplemente, el miedo. La reacción descontrolada de la gente o de los meneados financieros ante una mínima amenaza biológica bastaría para destruir el orden comunitario y provocar el caos en la más estable de las sociedades. Circunstancia que, seguramente, reconfortaría a ciertos grupos extremistas o mercantiles, los cuales, tras realizar una mínima inversión en patógenos, sacarían un enorme rédito político o económico de ello.
Resulta de sobra conocida la onda expansiva de temor que provocaron los atentados con ántrax de 2001, inmediatamente posteriores al fatídico 11-S. Diferentes senadores y medios de comunicación de los EEUU recibieron cartas con esporas mortales de carbunco. Esta correspondencia letal provocó la muerte de 5 personas y 17 infectados.
Aunque la presunta culpabilidad del suceso recayó en un único hombre, el microbiólogo Broce Edwards Ivins, que finalmente se suicidó, lo cierto es que las repercusiones catastróficas de tales actos para el país sólo las hubiera podido igualar un potente ejército rival. Se calcula que los atentados provocaron más de 4.000 falsas alarmas cuya atención costó unos 100 millones de dólares. Además, el seguimiento periodístico de los sucesos puso a disposición de k opinión pública mucha información, considerada sensible, acerca de los procedimientos gubernamentales para impedir ataques biológicos. Unos datos confidenciales que podrían otorgar mayor ventaja operativa al enemigo.
No menos sorprendente fue la agitación económica que causó en 2003 y parte de 2004 la epidemia del desconocido SARS. Este síndrome respiratorio agudo severo provocó en Asia y Canadá alrededor de 900 víctimas. Una cifra, sin duda, elevada, pero muy similar a la proporcionada por algunas catástrofes naturales en la zona. Sólo los sísmos e inundaciones en China, desgraciadamente, acumulan cada ano un número de muertos parecido, si no mayor.
En cambio, los brotes de SARS redujeron el turismo, las exportaciones y el comercio en Hong Kong, Taiwán, Singapur y la China continental. Hong Kong, con más del 20% de los casos y el 32,8% de las muertes, padeció dos caídas intertrimestrales sucesivas en su PIB y las ventas minoristas disminuyeron un 6% interanual en el mismo período, según la agencia asiática CLSA. Por su parte, los 44 casos detectados en Ontario (Canadá) restringieron el tráfico aéreo, vaciaron hoteles, restaurantes y salas de congresos una vez que la OMS aconsejó no viajar a la ciudad si no era imprescindible. Sólo el coste en turismo y viajes para esta localidad se calculó en 84 millones de dólares.
Igualmente, en el caso del ébola se teme que el impacto económico de la epidemia deje tantas víctimas o más que la propia enfermedad y pueda hundir en la depresión a los países afectados. El ministro de Agricultura de Sierra Leona, José Sam Sesay, manifestó a la BBC que "la economía se había desinflado en un 30% a causa del ébola". Por su parte, el Banco Mundial esperaba que el crecimiento del PIB en Guinea pasara del 4,5% previsto al 3,5%.
En torno al ébola no sólo hay víctimas africanas y miseria, sino que algunas corporaciones están sacándole provecho. Desde que la prensa informó que varios infectados estadounidenses habían sido tratados con un suero "milagroso", las acciones de la compañía Tekmira Pharmaceuticals subieron un 40%. Tekmira es una de las empresas que cuenta con un remedio experimental y trabaja para el Gobierno norteamericano.
En concreto, para su Departamento de Defensa, al que le une un sustancioso contrato de 140 millones de dólares. Sin embargo, llevaba años sin dar beneficios. Pero la situación ahora ha cambiado y sus gestores prevén ingresar 100 millones de dólares por su medicamento y obtener ganancias este año, siempre y cuando, les autoricen a probar su nuevo tratamiento. Un representante de la farmacéutica señaló a la prensa que "a nadie le importan estas compañías hasta que hay una crisis", entonces sus acciones se disparan.
En definitiva, la mortandad de una epidemia puede ser ampliamente superada por sus repercusiones económicas y sociales. Un ideal "río revuelto" del que muchos aprovechan para sacar ganancia y donde las teorías "conspiranoicas" jugarían muy en contra de la misma población a la que se pretende hacer "despertar".
Sin embargo, resulta muy difícil sustraerse a las teorías de la conspiración porque, como reflejan los casos absolutamente confirmados de Guatemala o Sudáfrica, en ocasiones, la realidad y crueldad humanas superan a la imaginación más calenturienta. Incluso España no ha sido ajena a esta clase de rumores y noticias que nos hablan de experimentos clandestinos con cobayas humanas, aunque aquí no contamos con una completa certidumbre.
Las periodistas Manuel Ceñían y Antonio Rubio desvelaron que, en 1988, un mendigo y dos drogadictos habían sido secuestrados por el servicio de inteligencia español -CESID- para inocularles una sustancia anestésica. Al parecer, los agentes querían comprobar la eficacia de esa droga para, más tarde, inyectársela aún destacado terrorista vasco, raptarlo de su residencia en Francia e interrogado. La operación fue un fracaso. El mendigo, quizás demasiado débil de salud, no aguantó la dosis y falleció. Aunque nunca se supo qué compuesto químico realmente le suministraron. Mientras, las otras dos víctimas opusieron una resistencia tan firme que terminaron golpeadas, lesionadas y abandonadas por las agentes en una cuneta.
El Síndrome Tóxico hizo acto de presencia el 1 de mayo de 1981 en Tomajón de Ardoz, Madrid. A un niño de 8 años se le detectó una insuficiencia respiratoria aguda de origen desconocido e, inmediatamente después, enfermos de toda edad y condición aparecieron en el resto de la provincia, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Ourense y Cantabria sobre todo. Al cabo de unas semanas, los afectados se rentaban por cientos y empezaron los fallecimientos.
Una hipótesis inicial situó la causa del mal y su contagio en el aire. Pero, enseguida, el punto de mira de los expertos se puso en la alimentación. Al parecer, la ingesta de aceite adulterado había provocado la catástrofe. Según las autoridades sanitarias, ciertos desaprensivos entendieron que podrían hacer un gran negocio si destinaban para el consumo humano el barato aceite de colza, originalmente concebido sólo para uso industrial.
El problema radicaba en adecuarlo al ámbito doméstico para que nadie detectara el cambiazo. Así que la colza debía refinarse de un modo especial, eliminando colorantes y añadiéndole aditivos. Este procesamiento resultó nefasto para el producto y el aceite pasó a convertirse en puro veneno. Su distribución a través de la venta ambulante y al margen de todo control sanitario, hicieron el resto.
Oficialmente, hubo 20.084 enfermas y 1.799 muertos hasta el año 1995. Las secuelas físicas para muchos de los afectados resultaron incurables. Una vez las partidas de aceite adulteradas fueron localizadas, se procedió a retirarlas y canjearlas por otras de aceite puro de oliva. Mientras que los empresarios responsables del fraude acabaron detenidos, juzgados y condenados.
Pero, el año 1992, al leerse la sentencia definitiva del proceso, saltó la sorpresa. El Tribunal Supremo aceptaba que la explicación científica de la enfermedad adolecía de algunas lagunas importantes. Para los magistrados, la correlación manifestada por los peritos técnicos entre el desarrollo de la enfermedad y el aceite adulterado con anilina aun 2% resultaba suficiente como para establecer la culpabilidad de los implicados. Sin embargo, también el tribunal aceptaba que no se había conseguido identificar con exactitud al agente tóxico específico ni la cadena biológica causal que provocaba la enfermedad. Además, se reconocía la ausencia de experimentos con animales que confirmaran al completo que la teoría del aceite adulterado.
Como señalan los cinco doctores firmantes del artículo "El síndrome del aceite tóxico: 30 años después", publicado en la Revista Española de Medicina Legal el año 2011, "prácticamente ningún estudio efectuado durante los primeros 10 años posteriores al brote reveló efectos tóxicos en animales de experimentación tratados con los supuestos aceites del caso".
Es decir, al inyectar muestras de colza adulterada en ratones de laboratorio, los efectos que presentaban las cobayas no coincidían con los padecidos por los enfermos humanos. Los autores firmantes del trabajo justifican esta contrariedad en que la fórmula química del aceite inoculado a los animales no era exactamente igual al refinado fraudulentamente, porque de hecho, se desconoce con exactitud cómo hicieron aquella desnaturalización. Así que no cabe esperar idénticos resultados si no se cuenta con idéntica sustancia.
En 2011, en declaraciones al diario ABC, el Dr. Frontela reveló que cuando descubrió que no había sido el aceite de colza, se puso en contacto con el secretario de la Organización Mundial de la Salud: "En esa conversación, que tengo grabada, él me contestó que ya lo sabía".
El conocido periodista Andreas Faber-Kaiser fue más lejos aún con su libro Pacto de Silencio. En su opinión, había que poner el fondo del asunto en el contexto del desarme químico entre Estados Unidos y la URSS. Unos acuerdos bilaterales que les obligaban a mantener las apariencias y seguir experimentando de manera clandestina con esta clase de armas a través de empresas privadas multinacionales. España estaba recién salida de una dictadura y de un intento de golpe de Estado, así que necesitaba tanto la estabilidad política como el apoyo estadounidense. Por lo tanto, era un campo de pruebas bioquímicas ideal para los EEUU, sabedores de que un posible escándalo sanitario nunca llegaría a salpicarles y sería tapado por el Gobierno español.
Pero, si al puzzle de la tesis oficial sobre el origen del Síndrome Tóxico le faltan piezas, otro tonto podríamos decir también sobre este conjunto de planteamientos alternativos, siempre y cuando reclamemos el mismo grado de exigencia para todos ellos. En definitiva, mientras la enfermedad siga siendo contemplada como un negocio o un arma, se mantendrá abierto una gran puerta a las prácticas y los conocimientos siniestros. En ese oscuro lugar, lo peor del ser humano siempre encontrará su más demencial paraíso.
TEXTO Juan José Sánchez-Oro
FUENTE: Revista española Enigmas Nº 227,
Octubre de 2014.
FUENTE: Revista española Enigmas Nº 227,
Octubre de 2014.
No hay comentarios :
Publicar un comentario